
Huyendo del frío en Marrakech.
Ayer tras una muy buena castañada en familia, y viendo cómo de divertido puede ser tener un blog de viajes para recordar aquellas anécdotas tan divertidas que se pueden acabar olvidando con el paso del tiempo, nos decidimos a empezar nuestro propio blog explicando las vivencias, tanto buenas como malas, que nos van pasando por todo el mundo. Así pues, después de pasar todo el día fuera sin parar (hay que tener en cuenta que por la mañana Pere se tragó una buena sesión de IKEA en día festivo, que tiene más mérito!), llegamos a casa a las 12 de la noche y nos pusimos a crear el blog.
Estábamos decididos a empezar con el viaje con el que empezamos el año, pero pensando he recordado que tenemos muchas anécdotas de un viaje anterior, que tal vez en el momento no fueron buenas, pero que ahora son muy divertidas de explicar…
Así pues ¡la primera entrada irá dedicada a cuando fuimos a Marrakech!
Corría en marzo de 2017. Aquí en Cataluña aún hacía un frío de narices, como es normal. Vete a saber tú por qué, sería de tanto ver imágenes bonitas emulando las mil y una noches por mil cuentas de instagram, se nos puso en la cabecita (en realidad sólo a mí, Pere acabó cediendo por inercia?) que sería genial ir a Marruecos a buscar un poco de calor. Haciendo una búsqueda vimos que los vuelos estaban tirados de precio y encontramos un Riad en plena Medina, que si bien no tenía el glamour de los que habíamos visto en las fotos que os digo, nos hizo ojitos por el precio de ganga que costaban 4 noches . Ya decididos, compramos los vuelos y reservamos estancia en Riad Elkarti del 9 al 13 de marzo. El vuelo transcurrió con normalidad y en pocas horas ya estábamos en el continente africano. Nada más llegar ya notamos el cambio de temperatura, que nos pareció muy agradable al principio. Por suerte llevábamos ropa de verano en la maleta y unas buenas zapatillas para caminar, que nos harían falta. Comimos un poco el mismo aeropuerto y salimos hacia la aventura de llegar al centro de la ciudad. Nada más salir por la puerta del aeropuerto ya nos vino un autóctono ofrecernos amablemente sus servicios para acompañarnos al taxi. Aceptamos pensando que era el taxista, pero resultó que sólo era un colega de éste, que cogía turistas desprevenidos para llevarlos hasta la cola de los taxis a cambio de dinero. El señor taxista nos dejó en la plaza de Jamaa el Fna, diciéndonos que el Riad se encontraba muy cerca, entre callejones al que no podía acceder con el coche. Le pagamos el precio que habíamos acordado antes de subir (algunos blogs viajeros nos habían prevenido de hacerlo así para no llevarnos sorpresas) ¡y bajamos a la aventura! A la aventura de estar bien perdidos, claro. Como podéis imaginar, en Marrakech no teníamos datos móviles para poder utilizar GPS y todo lo que teníamos como guía era una captura de pantalla de un mapa de Google maps que no teníamos mucha idea de interpretar. Más de un amable señor con intenciones de ganar unos cuartos a costa nuestra, se nos acercaba para decirnos que nos llevaban hasta el Riad. Negándonos al principio, cuando lo vimos crudo aceptamos que un hombre nos ayudara y terminamos guiados por un señor que necesitó la ayuda de un amigo que pasaba por allí para llevarnos hasta un callejón intransitable. Cuando ya pensábamos que nos querían colar en una casa particular (no había ningún cartel ni indicador de que esa puerta fuera un Riad), nos abrió la puerta la mujer que debería encargarse de las tareas de la casa, tranquilizándonos al decirnos con signos y un inglés macarrónico que, efectivamente, estábamos en el Riad Elkarti.

Conocimos al dueño del Riad, que era un hombre joven bastante curioso y salimos, ahora sí, a explorar la ciudad. Pateamos todo el zoco (mercado) repetidas veces y llegamos a todos los alrededores del centro a pie. El buen tiempo nos acompañó todo el viaje, pero el calorcito que al principio nos parecía tan agradable se fue convirtiendo en pesado. El calor de Marruecos nos pareció muy diferente al de casa, ya que era más seco y fuerte. De hecho, durante buena parte del medio día fuimos incapaces de aguantarlo y nos acabábamos refugiando en el Riad haciendo una siesta hasta que el sol dejaba de apretar tanto. El hecho de que en la mayoría de locales no haya aire acondicionado, sino ventiladores que mueven el aire caliente tampoco ayudaba a llevar el calor mejor. Dada esta condición, dedicamos las mañanas y las tardes a descubrir lugares de la ciudad.
Al repasar el álbum de este viaje, he visto que de lo que hay más fotos sin lugar a dudas es de la Medina. Se trata de la parte más antigua de una ciudad árabe, como un laberinto de calles y callejones diminutos llenos de tiendas locales y mercados. Pasear por la Medina no es imposible, pero se puede volver un deporte de alto riesgo en el que debes evitar tanto turistas, como motoristas marroquíes que circulan por todas estas calles y en todos los sentidos como nunca os parecería posible. La Medina es ruido y colores, es notar constantemente el olor de las especies típicas de su cultura, es apartarte para que la moto montada por 3 o 4 pasajeros pase sin problema entre tú y los artículos en venta que tienen expuestos a las puertas de las tiendas. Es el polvo del desierto y el agua con la que se lava la gente mezclándose en el suelo de las calles, es escuchar como llaman a rezar por megáfono y ver cómo te llaman la atención y te saludan por llevar una camiseta del Brasil. La Medina es caos y desorden, pero sería mentira si dijera que no es la parte más bonita de esta ciudad.

C
omo buenos guiris que somos nos dejamos embaucar en alguna ocasión, como por ejemplo cuando nos hicimos ambos un tatuaje de henna por el «módico» precio de 600 dirhams… la tontería de unos 55 euros. Aún recuerdo como la mujer nos pidió 900 dirhams con toda la cara y como sólo nos atrevimos a plantarnos a los 600. Hay que decir que fue la primera experiencia monetaria en el país y que fue un disgusto total. Yo ya lo veía todo negro porque nos quedaríamos sin dinero el primer día y no podríamos plantearnos hacer ninguna excursión. Por suerte, las cosas básicas como la comida son realmente baratas allí y, poco a poco, aprendimos a regatear mejor. Si vais a Marrakech lo que os recomendaríamos sería hacer alguna excursión programada. Nosotros no lo tuvimos en cuenta y cuando lo quisimos hacer no estuvimos a tiempo. Si sólo pretendéis ver la ciudad sin hacer excursiones quizás no sería necesario que fuerais cinco días, ya que (al menos nosotros) al final ya no sabíamos ni qué ir a visitar. Los sitios «obligados» son los siguientes:
- Plaza Jamaa el Fna.
- Mezquita Koutoubia.
- Palacio Bahia.
- Tumbas Saadíes.
- Jardines Majorelle.
- Palacio El Badi.
- Medersa Ben Youssef.
De entre todos estos, los que más nos gustaron (visita obligada) fueron el Palacio El Badi y los Jardines Majorelle. Aunque nos costara la vida llegar a los jardines, ya que fuimos caminando y nos perdimos por un barrio donde sólo te atreverías a entrar de día, fue una visita imperdible: un rinconcito de paz y calma donde poder respirar a gusto rodeados de plantas y de un color azul precioso. El palacio El Badi también lo recomendamos aunque pasamos mucho calor al visitarlo (y a las pocas sombras que a para refugiarte), ya que es un lugar que parece un oasis en medio del desierto. Algo que destacamos de allí es la comida. Se puede comer muy bien a muy buen precio, eso sí: preparaos para hartaros de ensaladas, tajines, y cuscús. Uno de los días tiramos la casa por la ventana y fuimos a cenar a un restaurante «caro» por lo que es la zona llamado Nomad (Plaza de las Especias). Es un lugar que recomendamos muchísimo ya que el precio equivale a un restaurante normal aquí (10-15 euros por persona) y comimos de coña. Como punto positivo, también destacamos los zumos de frutas, sobre todo el de naranja, que era buenísimo en todas partes y a un precio de escándalo. Por último y para cerrar este post, si vais a Marruecos debéis encontrar un momento para tomar el típico té marroquí. Eso sí, tened en cuenta que la bebida típica es el té de menta. En el restaurante donde nosotros queríamos tomarlo tenían dos tipos, el de menta y uno que a la carta llamaban «té marroquí». Aunque le dije que el típico era el de menta, Pere se encabezó en pedir el otro, que resultó un té mucho más fuerte y con un gusto a especias tan fuerte que ni se lo pudo acabar.
En definitiva, ahora recordamos este viaje con mucho cariño porque tenemos un montón de anécdotas que nos hacen reír cuando pensamos en él. Sin embargo, no volveríamos a repetirlo (al menos no visitando solo Marrakech) y, si lo tuviéramos que recomendar, recomendaríamos que os gastarais un poco más de dinero en el Riad del que nos gastamos nosotros, ya que estar en un hotel incomunicado, sin wifi, televisión, ni ninguna comodidad, se nos hizo un poco aburrido en algunos momentos… ¡suerte que teníamos unos cuantos podcasts guardados en el móvil para podernos entretener!

Agosto mallorquín.
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